A principios de mes se subastó el manuscrito de la novela The Sign of Four, de Arthur Conan Doyle, en la que reáparecen el detective Sherlock Holmes y su ayudante, el doctor Watson.
Lá celebre pareja había nacido en la novela anterior de Doyle, Estudio en escarlata (de la que se conserva tan solo una página del manuscrito). A pesar de los reclamos de varios admiradores, Arthur Conan Doyle no quería verse obligado a desarrollar una serie de relatos que tuviera a Holmes y Watson como protagonistas. Sin embargo, cambió de parecer después de una cena realizada a fines de 1889 en un elegante hotel de Londres. Allí, el editor del mensuario literario norteamericano Lippincott`s les pidió, a él y a Oscar Wilde, novelas cortas para editárselas en los Estados Unidos.
Respondiendo a tal pedido, Wilde escribió El retrato de Dorian Gray y Doyle The Sign of Four. La aparición, en 1890, de esta última novela fue el inicio de un éxito comercial de tal magnitud que a Conan Doyle ya no le fue fácil resistirse a narrar nuevas aventuras del detective Sherlock Holmes.
Además de bastante dinero, esas novelas le dieron al escritor escocés una fama de la que abjuró al final de su vida. Conan Doyle creía que el detective había opacado “lo mejor de su obra” y que por eso nunca lograría, como su admirado amigo Oscar Wilde, un lugar destacado en la historia literaria. En esto, le faltó el olfato de su infalible personaje.

CLARIN – jueves 19 de diciembre de 1996

ANIVERSARIO
A 95 años del retiro de Sherlock Holmes

Su creador lo había. “matado” en 1891 · Pero tuvo que revivirlo a pedido del público · En 1904, finalmente, hizo que Holmes se recluyera en una granja
El doctor Watson invitó a Sherlock Holmes a su casamiento y después dejó de ver a su amigo; bastante tiempo más tarde se reencontraron en la casa de huéspedes del 221b de Baker Street, en Londres, y ya no se separaron. Según consta en las aventuras publicadas por el escritor Arthur Conan Doyle, en esa perisión vivieron los dos personajes y allí resolvieron gran parte de los enigmas policiales, hasta que el detective se retiró de la actividad, hace exactamente 95 años.
“Sherlock Holmes es posiblemente el único personaje de ficción que se ha convertido en una persona con residencia fija”, apuntó Guillermo Cabrera Infante en El libro de las ciudades.
Conan Doyle inventó un domicilio literario y, aunque el 221b de Baker Street nunca estuvo registrado en la nomenclatura londinense, esa dirección existe.
Durante muchos años la sede del Abbey National Bank ocupó la numeración 215 a 229 de la calle y allï llegaban decenas de cartas semanales, dirigidas al detective, que una abnegada secretaria contestaba.
“El señor Holmes le agradece su carta; en la actualidad está retirado en Sussex, dedicado a Ia apicultura”, informaba con amabilidad. En 1904, el personaje se refugió en una granja donde comenzó a producir una miel que, aparentemente; servía para alargar la vida.
Desde el 27 de marzo de 1990, en la casa, de estilo victoriano, funciona el Museo Sherlock Holmes.
En base a las descripciones de los relatos, recrea minuciosamente la pensión de la señora Hudson. Todo está allí coxno lo dejaron el détective y su compañero en la ficción. Una escalera de 17 éscalones une el hall con el primer piso; donde está el despacho que la dupla utilizó durante casi 25 años y al lado, la habitación de Holmes.
En la segunda planta está el dormitorio de Watson, donde ahora los visitantes dejan sus tarjetas personales: hay datos de policías, detectives privados y especialistas en criminología.
Entre los muebles antiguos pueden verse fotografías, libros, periódicos, objetos rescatadas de las aventuras y hasta una medalla que el gobierno francés le entregó al detective en agradecimiento por los servicios prestados.
Por supuesto, están el gorro, la lupa, la pipa y el sillón: elementos básicos para descifrar las aventuras, a fuerza de razonamientos lógicos y poder de observación.
Holmes y Watson protagonizaron cincuenta y seis cuentos y cuatro novelas. Policiales puros, que nada tienen que ver con las historias duras que el género incorporó después.
El antecedente literario del detective es Dupin -el personaje ideado por Edgar Allan Poe- y su continuador es el Padre Brown, de Gilbert Keith Chesterton.
En las historias de Conan Doyle prima el orden; toda causa tiene su efecto y los crímenes siempre se resuelven. Si se sabe discernir entre los indicios reales y los falsos, se llega a la verdad.
Agobiado ya de su personaje, el escritor lo hizo morir en 1891, en unos saltos alemanes cercanos a la ciudad de Meiningen. Los lectores protestaron y hasta la madre del propio autor quedó consternada. La presión fue tal que Conan Doyle tuvo que revivir a Sherlock Holmes, y “retirarlo” a una granja más de diez años dèspués.

CLARIN – Lunes 2 de agosto de 1999

Conan Doyle, el inventor de un detective sagaz e inmutable

El creador de Sherlock Holmes murio hace 70 años. Su profesion de medico la cambio por la de escritor

Sir Arthur Conan Doyle recibió ese título, el de sir, luego de haber participado en la guerra anglo-boer (1899-1902) que enfrentó a los blancos sudafricanos con la corona, y de haber apoyado con su pluma la posición de Inglaterra. No es el único dato que lo define comó un hombre de lòs buenos viejos tiempos. Como un personaje del imperio.
Nacido en Edimburgo, Escocia, en 1858, Conan Doyle estudió Mediciria. Durante sus cursos còmo practicante, lo impresionó vivamente uno de sus profesòres, quien despuntaba un curioso hobby: deducir, à partir de datos que a la mayor parte de los mortales no le resultaban relevantes la procedencia de los heridos de un hospital militar.
Cuando, en 1887 publicá la primera avénturá de Sherlock (Estudio en escarlata), el personaje es presentado esgrimiendo las mismas dotes de su antiguo profesor en una situación sin duda muy similar a las que él, Conan Doyle, debe haber presenciando.

El prlmer encuentro

Durante el primer encuentro del entonces joven detective con el doctor Watson -quien se convertirá en su infatigable ayudante y admirador-, el investigador dispara: “Qué noticiàs trae de Afganistán?”
Un conjunto de datos le sirven para asombrar à Watson con ese aparente don adivinatorió: ha visto que el hombre parece estar reponiéndose de una herida puesto que se sostiene el brazo de un modo especial; es médico, puesto que como tal acaban de presentárselo, y médico militar, ya que tiene porte marcial: ergo, fue herido en combate. Afganistán no era la única contienda en que estaba a énvuelto el imperio, pero era la única que se libraba en un lugar cálido; como Watson estaba qúemado por el sol, sin duda había sido herido allí.
Cinco minutos despues Sherlock y Watson simpatizan. Acuerdan compartir un departamento,-ya que uno es un éstudiante diletante y el otro un veterano sin mucho dinero, y nace un número mágico en una calle real de Londres: 221b de Baker Street. Mágico porque se ha convertido en el museo palpable de un personaje de ficción, y hacia él peregrinan miles de actuales fans de un detective que nunca existio.
Después del éxito de Estudio en escarlata, Doyle se rétira de la Medicina y; eumpliendo con la promesa de Watsón a Sherlock (“Yo escribiré sus hazañas”), se dedica a inventar una tras otra històrias de mágicas resoluciones de su imaginario compañero de aventuras (porque Watson parece ser el papel de Arthur Conan Doyle en la historia).
Los relatos de Sherlock Holmes se suceden, desde El signo de los cuatro (1890), pasando por Las aventuras de Sherlock Holmes (1892) y El sabueso de Baskerville (1902) hasta Su último saludo en el escenario (1917).
Harto, Doyle trató de deshacerse de su detective decretando su muerte a manos de Moriarty, su principal rival -antecedente de los archienemigos del cómic-, pero debió sacarlo vivo del fondo de un barranco ante el clamor del público. Tal vez no terminaba de entender lo que el público entendía: Holmes era un emblema de la vieja Inglaterra, la que se había terminado con el fin del reinado de Victoria.
Holmes encarnaba no sólo la flema británica, sino también la previsibilidad: por enigmático y sórdido que se presentara el caso, Holmes lo resolvería. Cualquiera, como Watson, podía sentirse cómodo junto a él, seguro. Holmes era un Hércules analítico, no un Quijote: Su escudero nunca experimentaría el desasasiego de Sancho Panza. El crimen se convertía en un puzzle en sus manos. La cachiporra, la esgrima, el revólver, eran otros tantos argumentos intelectuales para él.
El detective que hacía quedar en ridículo a Scotland Yard trasmitía una sensación de vida inmutable. Había nacido en los años que en Jack el Destripador asolaba el barrio de Whitechapel. Jack derrotó de verdad a la policía británica; Holmes era su sustituto.
Tal vez, cuando se sumía en su catatonía acompañada de droga, el detective percibía el abismo con el que lidiaba en realidad. Sigmund Freud asumiría a la vez sus armas analíticas y su abismo. Pues el tipo de lógica que Holmes utilizaba estaba relacionada con algunos escritos de Charles S. Pierce, conocidos hacia 1878 que Doyle debió leer.
No era Hohnes un “deductivo”; su razonamiento era de otro tipo. Según Pierce “no hay sino tres clases elementales de razonamiento. La primera, que yo llamo abduccióri (…) consiste en examinar una masa de hechos y en permitir que estos hechos sugieran una teoría. De este modo ganamos nuevas ideas; pero el razonamiento no tiene fuerza. La segunda clase dle razonamiento es la deducción o razonamiento necesario. Sólo es aplicable a un estado ideal de cosas (…) tercer modo dé razonamiento es la índucción o investigación experimental”.
Los estados de cosas que Holmes investigaba no se presentaban ni de lejos en condiciones ideales. De manera que procedía a la abducción (examinar la masa de hechos) para dar un salto hacia la inducción o lógica experimental, que.deslumbraba a Watson. En ella había más intuición que pura matemática (véase Crítica…).
Doyle dejó a Holmes en el camino en 1917 y vivió hasta el 7 de julio de 1930. El personaje no podía habitar mucho más en el siglo veinte a menos que se decidiese a ampliar su campo de visión El relato negro norteamericano tomó la posta. El crimen tendría desde entonces un escenario más creíble: las inasibles ciudades del nuevo mundo donde el énigma es sucio, básicamente vulgar y profundamente arraigado en el funcionamiento social.

Clarin – Viernes 7 de julio de 2000

Aprovechando que estamos en la última temporada de la serie, les dejo una colección de tips para comparar:

– El apellido es House (casa), mientras que Holmes es un juego de palabras de Homes (hogar).
– House es adicto a la Vicodin mientras que Holmes tiene el hábito de la cocaína.
– Ambos personajes son músicos.
– Tanto Holmes como House viven en el 221 B de Baker Street j.mp/uXOp9y
– El hombre que le dispara a House en el episodio “No Reason”, Jack Moriarty, coincide con el adversario de Sherlock Holmes, el Profesor James Moriarty
– La relación que House tiene con el Dr. Wilson es paralela a la que Sherlock tiene con el Dr. John Watson.
– En el episodio piloto la paciente se llama Rebecca Adler, que coincide con Irene Adler, un carácter femenino de la primera historia corta de Sherlock Holmes: “A Scandal in Bohemia.”
– En el capítulo 17 de la segunda temporada, “Apuesto el resto”, House está obsesionado con una paciente que perdió hace doce años, llamada “Esther Doyle”, en referencia a Conan Doyle, autor de Sherlock Holmes.
– En el episodio “Es Una Maravillosa Mentira” de la cuarta temporada, House recibe un libro de Conan Doyle como regalo de navidad.
– En el capítulo 11 de la quinta temporada titulado “Joy to the World”, Wilson le obsequia un libro de Joseph Bell, aunque antes de darse crédito por ello dice que fue enviado por una mujer llamada Irene Adler, según el oncólogo esta es una supuesta paciente que enamoró a House
– En el capítulo 13 de la septima temporada, se muestra la licencia de conducir de House con el domicilio en Barker Street.
– Uno de los personajes invitados en el episodio 18 de la tercera temporada “Airborne”, Jenny O’Hara aparece en la película The Return of the World’s Greatest Detective (j.mp/sITdwe) como la Dr. Joan Watson.

Fuentesj.mp/uUDkSp, j.mp/vGllwj, j.mp/rNaZGC y Google

Critica a lalógica pura

¿Cómo deduce Holmes que la víctima ha entrado a una casa vacía acompañado por el cochero? Pues porque frente a la casa hay huellas que indican que el coche estuvo moviéndose como si nadie hubiese permanecido controlando al caballo.
Esa es la clave de Estudio en escarlata, pero bien podría haber ocurrido que aun con el cochero a bordo el coche se hubiese movido porque el cochero tenía ganas de dejar que el caballo se moviera; eso lo descarta Holmes simplemente porque es un intuitivo que intenta pensar en.los términos de un cochero así como su antecesor, el Aguste Dupin de Edgar Allan Poe, trataba de hacerlo en los términos de un asesino “fuera de lo corriún” en Los crímenes de la calle Morgue. Holmes descarta la matemática: Es un jugador de damas, no de ajedrez como Poe reclamaba. Esto significa que no se basa en la lógica pura, sino en las reglas de un hipotético adversario.

El detective de lo irreal

Toda la Inglaterra victoriana, experta y razonada, está en Sherlock Holmes, un personaje mucho más eficaz que su autor, sir Conan Doyle, que, cuando opinó sobre los crímenes reales de Jack el Destripador no dio pie con bola. O, mejor dicho, ofreció una pueril conjetura -que el asesino debía vestirse de mujer para no infundir temor a sus víctimas mujeres- pero ninguna inducción que revelara el misterio atroz de la barriada de Whitechapel.
¿Cómo puede ser que el método de Holmes no funcionara en la vida real? Esto es fácil de responder: su padre, Doyle, sabía previamente quién era el asesino en la ficción. Luego inventaba las pistas y Sherlock desandaba el camino.
Victoria, su reinado largo y ordenado; Londres, el sistema social, Holmes y su método: todo era irreal. Bastó el cuchillo de Jack para demostrarlo. Ese estilete dejó a la vista la miseria proletaria de un barrio londinerise pegado a la City. Y tambien reveló que no existían métodos cientificos capaces de acorralar a un asesino que tenía un limitado radio de acción, y además anunciaba sus eríxnenes a Scotland Yard.
Aquello ocurrió a fines de los 80 del siglo pasado, cuando el ficticio Holmes deleitaba a los lectores de periódicos.
Sherlock no conjeturaba: inducía. Armaba un razonamiento de atrás para adelante. Si hay un cabello en la escena del crimen, el asesino es un hombre al que le falta un cabello. Pero la sociedad no funcionaba de ese modo exactamente.
Lo peor es que Sherlock tal vez lo sabía. Neurótico, calmaba sus nervios en los momentos de inactividad tocando malamente el violín y usando estupefacientes. Como a la espera de otro crimen que pudiera densentrañar, para mostrar una vez más que la realidad es descifrable, que el horror es entendible.
Por eso es querible Sherlock: por su tremenda y contagiosa ingenuidad científica; por el pudor para mitigar a solas su ansiedad insatisfecha; porque representaba el máximo de civilización enfrentado a la oscura irracionalidad. Esto convirtió su saga en un mito vivienté.

Nostalgias de un detective inmortal

De los singulares misterios abordados por Sherlock Holmes, quizás el más recordado sea el del detective inmortal. Su creador, Arthur Conan Doyle, prometió matarlo en 1890 y para eso recurrió al archicriminal Profesor Moriarty. “¡No lo harás! ¡No puedes! ¡No debes!”, protestó la madre del autor
Holmes sobrevivió, sólo para enfrentar creaciones rivales que con desearo copiaron sus métodos. De todos modos, Holmes está entrando en su tercer siglo, con una estatura cada vez más alta.
Cientos de norteamericanos y un grupo de invitados extranjeros se reunieron en Manhattan el fin de semana pasado para saludar al detective en su cumpleaños número 146. La fiesta estuvo organizada por los “Irregulares” o “Legionarios de la calle Baker”, un club que reúne a los fanáticos de Holmes.
Los seguidores eligieron ese nombre porque en esa calle, según la ficción, vivía el famoso detective. Según Michael Whelan, el presidente de los “Irregulares”, hay cerca de 300 sociedades Holmesianas en Estados Unidos.
Los cumpleaños se celebran, desde hace medio siglo, todos los años. Con el tiempo, las fiestas fueron variando e incluyeron un banquete de etiqueta (ya no sólo para hombres, pero sí con estricta invitàción), una función de teatro, desayunos especiales, cócteles, y una feria de libros con 20 stands en el hotel Algonquin.
El club de seguidores surgió en una cena improvisada, que convocaron en 1934 los ensayistas Christopher Morley y Vincent Starrett. Los fanáticos adoptaron una excéntrica constitución con dos famosas cláusulas finales, que repiten en cada cena: “4: Se abandonarán todas las demás actividades por la reunión mensual. 5: No habrá reunión mensual”.
El espíritu de las reglas tiene que ver con el carácter del propio Conan Doyle. Era tan distraído que sus contradicciones se filtraban en sus cuentos. ¿Watson fue herido en el brazo o en la pierna mientras prestaba servicio en Afganistán? ¿Y quién fue la segunda señora Watson, la sucesora anónima de su difunta primera esposa?
Enigmas similares inspiraron cientos de ensayos que van de lo solemne a lo extravagante. Como la afirmación de Rex Stout, quien cree que en realidad Watson era una mujer. Otros llegaron a sostener que Holmes inventó al Profesor Moriarty para justificar sus propios fracasos.
Las historias de Holmes despiertan fascinación. Los “Irregulares” afirman que Holmes y su amigo y narrador, el doctor John H. Watson, fueron personas reales. Algunos dicen que, desafiando las tablas de mortalidad, Holmes todavía está vivo, con su ingenio ágil y agudo de siempre.
Jon L. Lellenberg, funcionario del Pentágono, está terminando una historia de los “Irregulares”, armada con correspondencia de los seguidores. La obra tiene cinco volúmenes y hasta ahora, sólo llega hasta finès de 1940.
Según otras historias que se inspiraron en los esaitos, Holmes ya se encontró con Freud y Marx, resolvió los crímenes de Jack el Destripador y viajó al espacio.
Holmes es el personaje más retratado en la historia del cine; fue interpretado por 75 actores en 211 filmes. Es el personaje principal en más de 50 obras. La más reciente es “Sherlock Holmes The Last Act!”, un show unipersonal que hoy debuta para los seguidores.

The New York Times – Especial para Clarín